LADO 1
- FLORES DEL PASADO – Pasillo C. Marquilón Orellana - N. E. Safadi
- COMO SI FUERA UN NIÑO - Pasillo J. Max Gines - F. Paredes Herrera
- PERDON – Pasillo A. M. Camacho y Cano
- ANHELO INFINITO - Pasillo Arturo Alzate Giraldo
- SUEÑO DE RUISEÑOR – Danza A. Duque Bernal - Pedro P. Santamaría
-DULCE AÑORANZA – Pasillo C. Marquilón Orellana - N. E. Safadi
LADO 2
- ESPERAME – Pasillo Andrés Lhery - F. Paredes H.
- PARTIRAS -Bambuco León Franco
- OJOS TRISTES - Canción Guty Cárdenas
- LA CARTA DEL SUICIDA - Pasillo R. Muñoz Londoño - Eusebio Ochoa
- PASILLO TRINI A. Duque Bernal - Pedro P. Santamaría
- LAS DOS ROSAS – Bambuco
ESPERAME
DULCE AÑORANZA
COMO SI FUERA UN NIÑO
Corresponden las canciones que vienen en este álbum a una época inolvidable de la canción popular. Y hemos tenido que realizar inmensos esfuerzos para rescatarlas, por cuanto la II Guerra Mundial obligó a la casa matriz de la RCA Víctor a ceder, como material bélico, multitud de matrices originales de cera y que yacían olvidadas en las cavas de Camden.
Vivía el mundo, cuando nacieron, los felices años de la postguerra. La deliciosa frivolidad de los veintes y las inquietudes técnicas que florecieron en los treintas.
Eran los días del apogeo del gramófono.
Y en esos familiares aparatitos que compartían como uno más de la familia, las tertulias íntimas en las casonas de jardines florecidos y romances de hamaca y ventanal, eran como el pan de cada día del descanso espiritual y de la alegría de vivir.
Las partituras llegaban a Nueva York enviadas desde la ardiente Guayaquil, allá en el Ecuador de los pasillos románticos. Desde Bogotá, arropada por las tertulias literarias y las noticias de "Mundo Al Día". Desde Quito, Medellín y Lima. Y en Nueva York la dirección artística de la RCA Víctor Tucci, Cibelli. etc. - seleccionaba las voces que habrían de llevarlas al disco para hacer tirajes gigantescos destinados casi exclusivamente a nuestros países, entonces terriblemente subdesarrollados materialmente pero profundamente emocionales.
Safadi y Paredes Herrera allá, y acá Alzate Giraldo y Pedro Pablo Santamaría, con versos de Duque Bernal y de Marquilón Orellana, eran los autores de moda.
Y las canciones venían envasadas a las victrolas. Iban a los "graneros" y a las tiendas de vereda. Tomaban posesión de los salones elegantes. Se hacían familiares y queridas y pasaban a ser una especie de patrimonio nacional.
Lindos tiempos aquellos, cuando los duetos típicos enredaban estas canciones en los muros cubiertos de verde natural y perfumado, y las dejaban como flores extrañas en las ventanas de reja en donde, a la noche siguiente, las manos impulsaban con su recuerdo los amores nacientes y los sueños juveniles.
Cuando los serenateros de moda eran especie de ídolos populares y vivían vidas extrañas en las noches bohemias de canciones y de copas.
Y los artistas del disco, los dos que nos ofrecen los surcos históricos de éste, y Briceño y Añez, y Juan Pulido y José Moriche, y Blanca Ascencio y Magaldi y tantos más, especie de magos musicales que dibujaban sueños en tierras lejanas para que soñaran los enamorados de Colombia y de Ecuador.
CARLOS MEJIA y MARGARITA CUETO procedían de la ópera mexicana.
El primero había surgido diez años antes de la fecha aproximada de estas grabaciones, en una temporada del teatro Arbeu que tuvo carácter histórico y que dirigió el maestro José Pier son. Era el mes de abril de 1915.
Sus grandes triunfos como artista operático justificaron su contratación para hacer discos de música popular con destino a los públicos suramericanos. Mejía actuaba por entonces en Nueva' York, en el teatro Lírico, de la calle 42, entre Broadway y la 8a. Avenida en una compañía de zarzuelas y operetas que había formado el empresario bogotano Evaristo Corredor Gutiérrez, y actuaba en ella junto a Margarita Cueto, Rodolfo Hoyos, Pulido, Moriche y otros famosos del disco hispano.
Precisamente la necesidad de su presencia constante en Nueva York, para hacer grabaciones, impidió a Carlos Mejía hacer viajes internacionales a pesar de que insistentemente se lo solicitaron empresarios de esta parte del continente.
Carlos Mejía, nacido en la capital mexicana el 6 de Diciembre de 1892, fue primero estudiante de contabilidad. Y se retiró de la escena en el año de 1944. Desde entonces está dedicado a la enseñanza de música en su casa de la Colonia Roma Sur, Iztlán N. 44
En cuanto a Margarita Cueto es indudable que se ha identificado más que ningún otro artista con la época fonográfica que estamos evocando.
A Margarita Cueto se le encargó la grabación de las melodías que estaban en boga en España y que encendían los teatros de ovaciones para Raquel Meller, la Goya y Carmen Flores. Los tangos que hacían suceso en La Boca y en la Calle Corrientes , del Buenos Aires romántico de entonces, y que tatuaban en la historia de sus melodías ciudadanas los nombres de Azucena Maizani y de Rosita Quiroga.
De ahí que su voz identifique toda la canción de los últimos años veintes y se prolongue, en dúo maravilloso con Luis Álvarez, Mejía, Arvizu, Guizar y Ducal, en la década siguiente.
Margarita Cueto nació en el Distrito Federal de su México querido, pero se educó en Puebla, y allí, en la Academia Musical Santa Cecilia, hizo sus estudios vocales.
Trabajó inicialmente como mezzo-soprano, y a fuerza de técnica logró convertirse en soprano.
Casada con el caballero español Andrés Garmendia, viajó a España para tomar parte allí también, en importantes representaciones escénicas de zarzuelas y opereta.
En el México de hoy alborotado de grandeza industrial, intelectual y política, de Twist y de rancheras, vive dedicada a la enseñanza de sus valiosos secretos profesionales. En su casa. Ramón Fabié 165, Colonia Asturias, suele recibir correspondencia de admiradores de todos los países del mundo que han aprendido a quererla y a gozarla a través del mágico universo de las grabaciones. Hombres y mujeres que aprendieron a querer, arrullados por su voz en pasillos y bambucos que ahora vuelven a la vida, suelen llegarse hasta ella para brindarle el homenaje de su gratitud.
Margarita Cueto y Carlos Mejía, un dueto como hubo pocos.
Y un repertorio que se aferró al recuerdo, como el beso furtivo de la novia. Como el susurrante "te adoro" que floreció en el jazminero de las primeras citas. Como la luz brumosa de la calle antañona que presidió el romance. Como el nombre querido de la muchacha aquella que se cansó de olvidar y reacordará el amor lejano, apasionado y loco.