miércoles, 27 de mayo de 2015

FELIPE PIRELA -El Bolerista de America (Velvet)

Panorámica del Parque de Berrío en 1954. Palacio de Carabobo, Colegio de San José, Palacio de Calibío, Hotel Nutibara, Edificio Antioquia, Basílica Menor de Nuestra Señora de la Candelaria, Catedral Basílica Metropolitana de la Inmaculada Concepción de María, Edificio Gonzalo Mejía (Hotel Europa y Teatro Junín), Edificio Fabricato, Hotel Bristol (antes Palacio Amador) y Edificio Bemogú.

Autor: Gabriel Carvajal Pérez.

© Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina.


• ME REGALO CONTIGO
• EL CIELO DE TU AMOR
• LEJANIA
•  QUE MANERA DE LLORAR
• DE LA GLORIA AL OLVIDO
• ALLA TU SI TE VAS
• CASTIGO
• ESTA NOCHE CORAZON
• VIEJA CARTA
• PIEDRAS RODANDO
• MOSAICO ROMANTICO

• ENTRE HUMO Y ALCOHOL




MI REGALO CONTIGO


ESTA NOCHE CORAZON


MOSAICO ROMANTICO


La exesposa de Felipe Pirela rompe el silencio
Martes 20 de noviembre de 2012 03:01 PM     
Eduardo Fernández

Mariela Guadalupe se encontraba aquella tarde en un restaurante del Este caraqueño disfrutando de un vermouth y recordando tantos momentos de su vida, unos tristes, otros alegres, entre los vividos junto a su esposo Felipe Pirela.
A sus 63 años, luce espléndida como siempre. Se mostraba encantadora, serena, relajada, degustando su coctel que aliviaba el sabor amargo del Campari con el delicioso dulce del vino Cinzano.
Su matrimonio con Felipe cuando ella apenas tenía 13 años, el divorcio dos años después y la trágica muerte del cantante fueron acontecimientos que marcaron su vida, pero ella pasó la página, crio a su nieta Mariela Verónica, hoy con 21 años, y luchó duro para sacar de las drogas y de la indigencia a su hija Lennys Beatriz.
“Es la única hija que tengo, no tuve otra, quizás he podido tener dos hijos con Felipe, pero perdí un varón en un aborto”, reveló. “No quiero herirme ni herir a nadie, fui una víctima de esa tragedia, no me culpo, ni culpo a nadie, no sé por qué me dejaron casar, yo era apenas una niña, qué experiencia podía tener”.
—¿Remordimientos?
— Ninguno.
—¿Tristeza?
—A veces.
—¿Y tu madre, Aminta Prieto?
— Murió hace dos años, tenía 87.
Mariela respondía contundente, seria, levantado sus cejas arqueadas, bien delineadas.
Está casada de nuevo desde hace 31 años, trabaja en un bufete de abogados, vive en un apartamento en Los Ruices con el sueño de regresar algún día a Maracaibo, su ciudad natal, donde están sus raíces.
Después de la muerte del bolerista, ella y su madre Aminta decidieron permanecer en silencio, con la idea de enterrar para siempre aquella historia que cautivó al mundo del espectáculo por sus ribetes trágicos, un escenario de amor, intrigas, despecho y muerte.

Recordó su niñez en Maracaibo. A su mente vino aquel 29 de mayo de 1957 en el colegio La Presentación, cuando junto con sus hermanas Ana Emilia y Julia Judith de 9 y 7 años, y ella de 6, se reencontraron con sus abuelos maternos. El Tribunal Segundo de Menores de Caracas había fallado a favor de su madre, Aminta de Jesús Prieto Cordero, a quien un tío de las niñas pretendía despojarla de la patria potestad que ejercía sobre sus cuatro hijas. La última de las hermanas, Marjorie Marlene, de tres años, permanecía hacía rato en el seno familiar.
Alegría, lágrimas y abrazos se conjugaron en aquel inolvidable reencuentro. Ana Emilia y Julia Judith lloraban, Mariela Guadalupe, tomada de la mano de su abuelo Segundo, observaba serena y sonriente.
“No lloré con mis hermanas aquel día en el colegio La Presentación, yo estaba feliz, contenta”, recordó Mariela. “Desde que papá murió mi tío Jesús nos tenía secuestradas. La tía Julia nos obligaba a tomar todos los días jugo de tamarindo, nos castigaba a pleno sol en el patio de la casa hasta hacernos beber aquel guarapo. ¡Uffffff, qué malo!, no lo he vuelto a mirar jamás”.
Diez meses antes de aquella decisión judicial, Aminta de Jesús había perdido a su esposo, Simón Montiel Palmar, en un accidente automovilístico. Viajando de Maracaibo a Caracas, la camioneta de la familia Montiel Prieto fue embestida por una góndola con petróleo que surgió de una nube de polvo de la vía en construcción, cerca de Carora. Simón murió en el acto, Aminta y Ana Emilia resultaron heridas y Julia Judith salió ilesa. Para suerte de ellas, Mariela Guadalupe y Majorie Marlene se habían quedado en casa de los abuelos.
Para Mariela, ser la esposa de un cantante como Felipe Pirela no es cosa fácil y menos cuando se es prácticamente una niña, sin la experiencia de una mujer adulta.
“Todo fue tan rápido, el 18 de julio nos conocimos, el 18 de agosto el compromiso, el 11 de septiembre nos casamos por civil y una semana después, el 18, ya estábamos en la Basílica de San Pedro Apóstol, de Los Chaguaramos, casándonos por la Iglesia”, rememoró. “Una luna de miel magnífica, aunque la primera noche celebró con sus amigos, llegó a las 7:00 de la mañana. Me dijo que no volvería a suceder. Lo acompañaba a sus presentaciones, mientras él cantaba yo jugaba. Me compró un neceser con ropitas de Barbie. Yo vestía a mis muñecas y él cantaba. Fue un sueño lindo que dos años... después se esfumó”.
— ¿Y qué pasó?
—Simplemente no funcionó, quizás no tuve el tiempo suficiente para conocerlo, para saber si estaba enamorada.
Felipe vivía su vida, no pensó en mi, me llevó con su familia a un apartamento en la esquina Platanal, después a una casa en El Marqués, al este de Caracas que puso a nombre de su mamá, igualmente vivían todos.
Yo necesitaba tener mi casa propia, con mi esposo y mi hija. Mamá le dijo muchas veces a Felipe que me buscara hogar, que viviéramos solos, pero no lo hizo, entiendo el amor que él sentía por su familia, pero sacrificó nuestro matrimonio, hacer vida solos, con nuestra hija”.
—¿Malos tratos de Felipe?
—No quiero hablar de eso, para qué ahora. No es mi intención divulgar cosas pasadas. Uno no puede llover sobre mojado. Lo que pude haber dicho se interpretó mal.
— ¿Y su familia?
—En lo que se refiere a los Pirela, ellos nunca me trataron mal, ni me hicieron daño, quien así lo piense, es mentira. Estoy de acuerdo con la solidaridad que ellos debieron haber tenido con su hermano, pero a mí nunca me hicieron daño. Quizás alguna discusión con su hermana Estela. Mamá Lucía conmigo era clase aparte, que sucedió lo que sucedió, bueno, mala suerte. Tengo gratos recuerdos de Victoria, la esposa de Wiliam.
—¿Hablaron alguna vez de reconciliación?
—Bueno, qué te puedo decir. Durante el juicio, Felipe me visitaba en casa de mis abuelos, iba a ver a Lennys. Algunas veces le pidió autorización a mi abuelita para salir, ir a al cine, pero ella le decía que arregláramos primero nuestro problema del divorcio.
—¿Algún contacto con Felipe durante su tiempo en Puerto Rico?
—Recibí una carta de él preguntando cómo estaba Lennys, qué cosa necesitaba. Sabía de él a través de Carmín, esposa de “Chupín” Ortiz, un pianista puertorriqueño muy amigo de Felipe. Creo que “Chupín” aún vive.
—¿Le afecta escuchar su voz, sus canciones?
—Al principio sí, ahora no.
—¿Cómo se siente ahora, después de 40 años de la muerte de Felipe?
—Soy una mujer casada. Lennys está bien, recuperada, junto con su marido Lisandro. Ella ha entendido que la vida es esta. Que disfrute ahora lo que su padre no pudo darle en vida, que pudo haberle dejado, eso me contenta. Vivo con mi nieta Marielita, ella quiere ser arquitecta, estoy luchando para que cumpla su sueño. Lo importante es que las tres estamos juntas.
—¿Le faltó a Felipe un buen manager?
—¡Sí! Tú lo has dicho, le faltó buena asesoría.
—¿Qué dices del sello?
—Se aprovechó de la circunstancia para beneficio propio.
Habían transcurrido dos horas y media en aquel restaurante del Este caraqueño. Mariela miró su reloj, eran las 4:30 de la tarde.
¡Caramba!, exclamó “Cómo pasa el tiempo, voy a terminar mi trabajo”.
Se levantó de su asiento y comenzó a cantar en voz baja, dulce, suave, de una tesitura extraordinaria, soltando sutilmente cada letra del tema Tan solo calumnias.
“Viene agua”, dijo ya afuera del establecimiento, fijando su mirada en unos nubarrones grises que se levantaban desde el pico Naiguatá.
“Yo acompañaba a Felipe al estudio de grabación, me aprendía las canciones primero que él”, recordó. “Cuando él se equivocaba, yo lo corregía”.
Comenzó a interpretar Injusto despecho al compás de la voz de Felipe que se escuchaba en el reproductor del vehículo que la conducía por la avenida Don Bosco, rumbo a su trabajo.

“Sin embargo si algún día/
algo de mi necesitas/
ven a mi puerta sin pena/
que en mi pecho no hay rencor/
y hallarás mi mano abierta/
pa’ ayudarte en lo que sea/
que al fin y al cabo tú eres
la madre de mi razón...”

“Esa me la cantaba a mí”, aseguró.
Y así se despidió Mariela, cantando aquel tema demoledor de Felipe Pirela. Bajó del vehículo con un “ya llegué” y seguía cantando, dejando atrás la voz romántica y desafiante de Felipe, que se apagaba con el ruido de la lluvia en aquella noche adelantada por grises nubarrones que cerraban un ocaso más en la agitada Caracas.

Fuente: panorama.com.

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