Anhelos
Aquel cantor
Barlovento
Crepúsculo larense
Cuando me faltas tú
Endrina
Hojas mustias
Merengues
Naranja de Valencia
No puedo olvidarte
Serenata pueblerina
Serenata
SERENATA
ENDRINA
NO PUEDO OLVIDARTE
El pueblo,
bajo el sol de la tarde, lo despidió en la Plaza Bolívar Post mortem, fue
declarado Hijo Ilustre de Caracas.
Por Últimas
Noticias en Junio 28, 2009
Los rasgos
eran diferentes, aunque las expresiones de tristeza y dolor unificaban el
sentir. Centenas de personas, con predominio de mujeres y de la tercera edad,
esperaban estoicamente que les llegara el turno de pararse algunos segundos
frente al féretro para despedirse de aquel ídolo, aquel cantor, que sedujo a
las audiencias con un físico singular y con unas condiciones vocales tan
sólidas como versátiles, permitiéndole explorar géneros clásicos y populares
con tal facilidad que a los críticos no les quedó más remedio que alabar sus
aventuras musicales.
Mientras
tanto, ante la guardia de honor, otros controlaban el temblor de sus manos para
plasmar en el libro colocado a la entrada del recinto, sus mensajes de fervor,
de admiración y de condolencia por quien dejó este mundo impregnado con su
arte.
Los acordes
de la Banda Marcial Bolívar de la Policía Metropolitana matizaban el gimoteo de
los asistentes con valses, pasodobles y merengues caraqueños, en un homenaje
con sabor local.
El entonces
presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, y el gobernador del Distrito
Federal, Virgilio Ávila Vivas, fungieron como custodios del ataúd en el momento
en que éste abandonó la sede de gobierno estadal para recorrer la Plaza Bolívar
antes de dirigirse al Cementerio del Este. Se había cumplido el minuto de
silencio.
Los restos
de Alfredo Sadel, el 29 de junio de 1989, un día después de producirse el
deceso en Caracas, fueron despedidos en medio de una multitud que cerró, con
aplausos, un ritual dedicado a quien se adjudicó para siempre el título de
tenor favorito de Venezuela. Ya las gargantas se habían unificado en un grito
unánime, sonoro y escalofriante: "¡Adiós, Sadel, adiós!", repetido
bajo el calor del sol de la tarde.
Tres
condecoraciones, otorgadas post mortem, se sumaron a un brillante palmarés: la
de Defensa Civil Nacional, la Cruz de la Policía Metropolitana y la Héroes del
Silencio de los Bomberos Metropolitanos. Minutos antes fue declarado Hijo
Ilustre de Caracas por los miembros del Concejo Municipal de la entidad
capitalina.
Así se cerró
un capítulo, el de la vida, de Sadel, el artista, el gremialista, el venezolano
que, según muchos de sus contemporáneos, "nos puso en el mapa".
Nunca nadie,
antes que él, paseó el gentilicio criollo en los principales escenarios del
mundo. Su voz venció a la lupa de los críticos más disímiles, mientras su
físico resultó irresistible para las damas de las más diversas latitudes.
Incluso
Hollywood le guiñó un ojo, cuando la Metro Goldywn Mayer le propuso un contrato
por siete años que no llegó a traducirse en películas rodadas y que el mismo
artista, años después, diría que fue una artimaña para impedir que otras
productoras lo firmaran y para manipular la voluntad de Mario Lanza.
El 29 de
junio de 1989, sí, se cerró un capítulo, pero se abrieron otros, el de la
trascendencia, el del recuerdo, el de la historia, el de la valoración, el del
afecto, episodios que requieren la acción del tiempo para añejar a los mitos y
moldear a los ídolos.
Hoy, 20 años
después de la partida, Alfredo Sadel ocupa un lugar especial en el Olimpo
latinoamericano.
ORLANDO
SUÁREZ
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