DIVISAS: Todos los carros llevarán las siguientes:
Los que viajan para La América placas rojas; para El Bosque, amarillas; para Buenos Aires, azules; para Robledo, azules y blancas; para Sucre, blancas; para Manrique, rojas y blancas; y para Belén, amarillas y rojas. En la noche llevarán luces de estos mismos colores.
La negra noche (Margarita Cueto con Carlos Mejia)
Las tardes del Ritz (Margarita Cueto)
Peregrina (Margarita Cueto con Juan Arvizu)
Por un beso de tu boca (Margarita Cueto con Rodolfo Ducal)
Ojos verdes (Margarita Cueto con Jose Moriche)
Madrigal de amor (Margarita Cueto con Jose Moriche)
Aquella tarde (Margarita Cueto con Juan Pulido)
El retorno (Yo se que volveras) (Margarita Cueto)
No vuelvo a amar (Margarita Cueto con Juan Arvizu)
Amorcito consentido (Margarita Cueto con Luis Zamudio)
Tu y yo (Margarita Cueto)
He sentido en mi pecho (Margarita Cueto con Juan Pulido)
EL RETORNO
VIAJE AL PASADO
En esos años la RCA Víctor era la más importante en el mundo y vio con consideración lo que era el mercado colombiano; por eso entregó a la casa disquera nacional sus matrices, que debía manejar con cuidado para que sus promovidos no se mataran entre sí (entiéndase este verbo en el sentido de las ventas). México, Nueva York y Buenos Aires surtían al país, y debía Hernán Restrepo escoger lo que se traía. De México vinieron, pues, Virginia López, Pérez Prado, Antonio Prieto, los Hermanos Silva y, en la cumbre de la fama, Miguel Aceves Mejía y José Alfredo Jiménez.
De Argentina, en cambio, se trajeron tangos viejos, de los que no circulaban ya. Ese fue el caso peculiar de Colombia, a donde los discos se importaban en reducida cantidad, que pronto desaparecía. Después, de un momento a otro, no entraron más y la gente, según supuso Restrepo, se sentía frustrada por no tener a su alcance esos artistas que le gustaban. De ahí que en el país circularan Margarita Cueto, Juan Arvizu, Agustín Magaldi y Carlos Gardel, cuando el mundo estaba oyendo a Elvis Presley.
En el momento en que Hernán Restrepo quiso traerse todas esas matrices viejas, pasadas de moda, comenzó a hacerse famosa en el mundo la locura colombiana por la música vieja. Artistas como Margarita Cueto, ya olvidada en su país, no podían creer que fueran ídolos en otro. Por esto es que aquí se grabaron más discos de larga duración de Pedro Vargas que en México mismo. De las ventas de la Victor, el sesenta por ciento era de música de tiempo atrás, y su propio responsable reconoce que el país se retrasó, pero era una razón generacional, porque quienes podían comprar discos eran los que soñaban con esas vejeces. De ahí que el pobre Presley nunca lograra ser un fenómeno aquí, pero sí Juan Pulido, que ya tenía sus ochenta años. El anacronismo de la música colombiana ha sido siempre achacado a Hernán Restrepo Duque, desempolvador de ídolos, y para los artistas viejos su redentor.
Biblioteca Luis Ángel Arango
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