Carrera Junín en sentido norte sur a
principios de la década de 1950. A la derecha esquina de Boyaca con Junin. Edificio Fabricato.
Fotógrafo: Gabriel Carvajal Pérez
© Biblioteca Pública Piloto de Medellín
para América Latina
De parte de Quién? (Federico Méndez)
(02:26)
Que por que me voy? (D A R) (02:37)
Grítenme piedras del campo (Cuco
Sánchez) (02:54)
Aléjate, despídete y olvídame (Federico
Méndez) (02:52)
...Y Tu no estábas (J Bautista - B
Cepero) (02:06)
Caballo viejo (Simón Díaz) (02:49)
Una semana de tu vida (Rubén Fuentes)
(02:30)
Los Abedules (Herrero - Armenteros)
(02:28)
Pero hombre amigo (Pascual Barraza)
(02:26)
Despedida (Simón Díaz) (02:27)
GRITENME PIEDRAS DEL CAMPO
DE PARTE DE QUIEN
CABALLO VIEJO
Lucha
Villa, una diva entre nosotros
Alejada
de los escenarios, la mujer que tantas alegrías regaló a los mexicanos vive su
retiro involuntario en esta ciudad desde hace 17 años. A veces se deja ver en
algún cine o restaurante, entonces nos obsequia lecciones de entereza y el
anhelo de escucharla otra vez.
SLP DOM 30 NOVIEMBRE 2014 3:00
J. Carlos Gutiérrez / Pulso
Mientras las nubes galopan en su prado azulado, ella se
entera de las últimas noticias del mundo: eternas luchas de poder, matanzas,
corrupción. Entonces hojea otra sección del diario de hoy y busca “Eufemios”
que compongan el motor del cine en los encabezados de la prensa de espectáculos
o “Caponeras” que pongan la piel chinita con su canto alegre en programas de
TV.
En ese firmamento artístico donde se brilla desigual,
Lucha Villa encuentra destellos de talento, pero ninguno se asemeja al suyo.
Hace tiempo que dejó de preocuparle su regreso, pero eso no significa que no
exija calidad en el arte.
A las afueras de la capital, una casa de campo rodeada de
árboles y arbustos bien podados, con chimenea y muros de piedra, la resguarda.
Es un buen lugar para ser y estar. En las paredes y rincones de la casa hay suvenires
de su primavera: óleos, esculturas, discos de vinilo, cosas que recuerdan que
todo arte que se hace en la vida debe ser precioso, pues el mundo está loco y
olvida fácilmente, y lo único cuerdo y perenne está en el arte. Ella misma es
arte. Ella puso el ejemplo.
Hace tiempo que su nombre dejó de lucir en marquesinas de
teatros, cines y palenques, pero Lucha Villa aún es lucero del alba y es parte
de nosotros, los potosinos novedosos que ni siquiera conocemos nuestras propias
canciones y de aquellos que la vieron entregar su alma en cada escenario. No
vive absorta de lo que nos rodea, de los baches de la ciudad, de la cartelera
del cine, de la comida de hoy. Solo que su mundo es más íntimo.
Un giro en su impecable carrera artística la hizo
alejarse de esa vida de viajes, actuaciones y entrevistas, pero ahora, Lucha
Villa disfruta a su familia, que sacrificó tantas veces para enarbolar la
cultura nacional con su voz ronca y sensual. Ella posee el inconseguible don de
revertir las trampas del destino.
DE SAN MIGUEL TOPILEJO A SAN LUIS
El sol de otoño apenas se cuela por el ventanal,
iluminando tímidamente el interior de su habitación. Sobre una mesita
flanqueada de sillas de madera fina hay portarretratos de plata con rostros de
infantes. Las paredes son de un verde pistache que contrasta con la madera
tallada de la recámara king size que la arrulla cada noche. En la pared
principal hay tres cuadros con fotografías que Gabriel Figueroa le obsequió. En
una de esas fotos están los ojos enamorados de María Félix, que parecen cuidar
a la Diva.
Mientras pinta en óleo, Lucha ve a través del ventanal a
los jardineros dándole otra tonalidad al césped, al viejo labrador que la
cuidaba en sus noches sin sueño y que ahora solo roba calor al piso; presta
atención a la suave caída de las primeras víctimas de otoño -que no superan la
cantidad de canciones que grabó a largo de 37 años de carrera en la música
vernácula- y se acuerda de los árboles que le daban sombra cuando cantaba de
niña en el pueblo de Santa Rosalía, municipio de Ciudad Camargo, Chihuahua.
Su residencia, en San Miguel Topilejo también tenía árboles
y una hilera de cipreses que rompían el viento que le llegaba a la fachada.
Desde ese ambiente provinciano en los linderos del Distrito Federal podía verse
la Vía Láctea, plateada y chispeante. La casona entera era de adobe, con techos
soportados por vigas de madera. El color de los bloques de adobe contrastaba
con el azul índigo de los marcos de las ventanas y como las haciendas de
antaño, la residencia de Lucha tenía un patio central colmado de helechos y
palmillas protegidas por un domo de cristal.
Aún sin su dueña habitándola, sus hijos mantuvieron la
casa durante 15 años mientras buscaban fórmulas que devolvieran a Lucha al
firmamento, donde resplandecía con intensidad de Venus, pero no hubo pista de
despegue para semejante astro.
Hace dos años, Rosy y sus hermanos fueron a la casa de su
madre y desmontaron los cuadros, los muebles, sus galácticos vestidos que aún
estaban perfumados desde la última vez que los usó y que parecían aguardar su
retorno.
Sus Arieles, Heraldos y sus Diosas de Plata, su fina
vajilla y sus doce Discos de Oro, los álbumes de fotos con personajes como Cuco
Sánchez, Lola Beltrán, Pedro Vargas y otros tan resplandecientes como ella
fueron puestos en cajas y traídos a San Luis Potosí, y las encapsularon en una
bodega de la casa de campo donde ahora vive. Aún con la certeza de que Lucha
está a gusto en la casa de su hija, bajo su cuidado, fue difícil para sus hijos
entregar las llaves del inmueble a su nuevo propietario, quien conservó el
mural de la sala que tanto le gustaba a la artista.
De esa casa salió una mañana de agosto del 97. Un vuelo
con destino a Monterrey, Nuevo León esperaba a Lucha, que en su andar por el
aeropuerto Internacional de la Ciudad de México saludaba y obsequiaba
autógrafos a viajeros y viajeras que le conocían por las canciones que José
Alfredo o Juan Gabriel le escribieron especialmente para ella, o por su
actuación en películas como “El lugar sin límites”, “Lagunilla, mi barrio” y
“Lolo”, que son ya clásicos del cine mexicano.
En los foros de una televisora le aguardaba una
telenovela, pero una liposucción mal practicada, principalmente en la
anestesia, la puso en coma temporal causándole varias alteraciones
psicomotrices y la voz de Lucha -que erizó la piel del mismo Gabriel García
Márquez- fue eclipsada por ese dictador benevolente llamado destino.
Entonces otro avión despegó a Cuba. El gobierno de Fidel
Castro -a cuya isla habían llegado sus películas y sus canciones- la atendió en
el mejor de sus hospitales, el Centro Internacional de Restauración
Neurológica, donde Lucha recuperó una buena parte de sus funciones motrices y
neurológicas.
Nada hizo más elegante que levantarse de sus caídas y
estaba segura que podría recuperarse de ésta. Era fuerte, poseía el espíritu
incansable de la gente del norte, donde la tierra exige y no da frutos
silvestres, pero esta vez era diferente, y su recuperación se ha llevado más de
diecisiete años.
Cuando no es el verdugo llamado tiempo, que nos quitó
entonces a Tom Jobim, a Mercedes Sosa, a José Alfredo y tantos genios de los que
andamos justos, es el infortunio el que pone a otros genios como Gustavo Cerati
a dormir en sueño etéreo, el que le arrebata la voz a Saúl Hernández y la
gloria artística a Lucha Villa.
pulsoslp.com.mx
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