Carrera Junin Años 50s. A la izquierda Edificio Fabricato. Esquina Junin con Boyaca.
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CUANDO ESTEMOS VIEJOS
POBRE DEL POBRE
NO VALE LA PENA
Felipe Pirela cantó su tragedia
Sábado 01 de septiembre de 2012 06:30 AM
Eduardo Fernández / Maracaibo 20
Felipe Pirela cometió en su vida tres grandes errores que
lo hundieron hasta la muerte: Confiar ciegamente en sus amistades, casarse con
una niña de 13 años y empeñar su carrera artística a un sello disquero.
Cuarenta años después que un criminal, traficante de
drogas lo asesinó, se mantiene vigente. Su inconfundible voz, dulce, romántica,
está más viva que nunca. Enfrentó la pobreza, alcanzó fama y cosechó una
fortuna que como llegó, se esfumó, enriqueciendo a unos cuantos, pero jamás
superó la tragedia de su vida, tras la demanda de divorcio y los señalamientos
inmisericordes de su esposa y su suegra.
Azotado por un vendaval de calumnias, perseguido por una
justicia que para él no fue justa, retó el difícil mercado internacional de la
música. Recorrió América, conquistó el público en cotizados escenarios de Nueva
York, Chicago, Los Ángeles, Miami y otras ciudades de habla hispana en los
Estados Unidos, llegó hasta Canadá, escaló así, lo más alto del pedestal de la
música para convertirse en ícono del bolero.
La mañana del 2 de julio de 1972, Luis Rosado Medina, un
mafioso, convicto buscado por el FBI descargó su revólver calibre 38 contra el
talentoso cantante. Cayó agonizante en una esquina de Isla Verde, Puerto Rico.
Minutos después, auxiliado por dos policías y trasladado en un carro patrulla,
falleció en el hospital Presbiteriano de Santurce. Ese día, domingo, murió el
bolerista y nació el mito.
Siempre se dijo que nació el 4 de septiembre de 1941,
pero como todas las imprecisiones que han rodeado su vida, aún después de su
muerte, en el registro de Maracaibo se encontró, por fin, hace unos días, su
partida de nacimiento con fecha del 3 de septiembre de 1940. Su madre, Lucía
Morón, negra emprendedora con sangre y temple curazoleño, religiosa, y su
padre; Felipe Pirela Monsalve, albañil, con el carácter y la disciplina del
indio, lo presentaron como hijo de ambos el 18 del mismo mes y año ante el jefe
civil del municipio Santa Lucía, Justiniano Áñez.
Felipe fue el menor de una familia humilde de ocho
hermanos, cuatro hembras y cuatro varones, cobijada por una vieja y romántica
casa situada en la calle Delgado del barrio El Empedrao en Santa Lucía. Eran
talentosos los muchachos. A los varones, inspirados en la vocación poética de
Mamá Lucía, les gustaba la música. Su madre, cariñosa, los apoyaba cuando
armaban la “orquesta” en la enramada trasera de la casa. Felipe interpretaba
los boleros.
Cuando Felipe tenía ocho años, Lucía le pidió a su amigo
Nicolás Vale Quintero, propietario de la emisora Ondas del Lago radio, ubicada
en la calle Comercio de Maracaibo, que lo pusiera a cantar. Pipito, como le
decían desde que vino al mundo, fue un sábado a la emisora acompañado de Mamá
Lucía. Cantó, nervioso el niño, pero cantó. A Nicolás le gustó, también a su
esposa Luisa Castilla, que le pareció “maravilloso”. Le dieron la oportunidad
unos cuantos sábados más en un espacio de aficionados. Así, dio su primer paso
en el mundo artístico.
Más tarde, educada su voz y apadrinado por Juanito
Arteta, un curtido trompetista español, director de orquesta, el joven Felipe
saltó al umbral profesional desde el programa La Puerta de la Fama, transmitido
por la misma planta Ondas del Lago, entonces televisión.
Felipe era introvertido, algo tímido, ingenuo, cariñoso,
risueño, con un sorprendente sentido del humor, muy ocurrente. Disfrutaba a
plenitud de las bromas que con mentalidad infantil, aún adulto, hacía a sus
hermanos y amigos.
Para el muchacho piel canela, de rasgos guajiros y
negroides, de pelo ensortijado y mirada triste, no existían maldades, quizás
esa falta de malicia fue su gran debilidad. Su madre, quien le brindó extrema
protección, inspiraba en él, el más sublime y entrañable amor. Compró una
majestuosa quinta en la urbanización El Marqués en el este de Caracas, promesa
que de niño hizo a su madre: “Mama Lucía cuando gane dinero te compraré una
casa grande para vivir junto con vos, Papacito y mis hermanos”. Pero este
sueño, hecho realidad, se esfumó. Luego de la demanda de divorcio y su contra
demanda a su esposa y suegra, Felipe perdió la casa y la familia Pirela Morón
regresó al hogar original en Maracaibo.
Cuando apenas despuntaba en su carrera artística, el
maestro Billo Frómeta lo fue a buscar un domingo a su casa en El Empedrao. El
joven se presentaba en el Show de las 12 dirigido por Víctor Saume y
transmitido al mediodía por Radio Caracas Televisión. Cantaba en el Coney
Island de los Palos Grandes y, aunque con poca experiencia, integraba el grupo
de vocalistas de la orquesta Los Peniques del maestro Jorge Beltrán.
—Usted canta como los ángeles, lo quiero en mi orquesta—,
le dijo Billo al muchacho, aún menor de edad, que lo miraba fijamente, como
apenado, entrelazando sus manos sudorosas, sentado muy junto a su madre, en la
sala de la humilde casita de la calle Delgado.
Un día de julio de 1960, en una fiesta del Club Gallego
en la urbanización El Paraíso de Caracas, el maestro Billo relanzaba su
orquesta, la Billo´s Caracas Boys, con Felipe Pirela, y otro zuliano, Cheo
García, como solistas. Esa noche comenzó a brillar la estrella del que más
tarde fue llamado El Bolerista de América.
Fue una temporada triunfal con la Billo´s. La orquesta
sonaba y su bolerista subía como la espuma. La cautivante voz de Felipe obligó
al maestro a producir, en septiembre de 1961, un disco de boleros que salió al
mercado con el título de Canciones de ayer y hoy. Fue un éxito y las ofertas al
cantante no se hicieron esperar. Llegaban de Colombia, México, Puerto Rico,
Santo Domingo, Nueva York y hasta de España. Los Melódicos, Chucho Sanoja, Tito
Rodríguez y algunos sellos disqueros buscaron su firma. Finalmente acordó con
Velvet de Venezuela y grabó su primer elepé, Tu camino y el mío, en los
estudios de la disquera en México el 16 de noviembre de 1963. Y, a partir de
allí, otros éxitos que reventaron el mercado disquero en frontal competencia
con boleristas del momento como Lucho Gatica, Altemar Dutra, Boby Capó, Roberto
Ledesma, Daniel Santos,Tito Rodríguez, Javier Solís y otros famosos del
pentagrama musical internacional.
El éxito y la fortuna lo abrumaban, era el bolerista de
moda, elogios y críticas a la vez en un confuso mundo de atenciones. Su voz se
escuchaba por todo el continente. A su regreso triunfal de Colombia organizó
una recepción en su residencia, un apartamento que ocupaba con su familia en la
avenida Urdaneta, esquina El Platanal de Caracas.
Una niña de 13 años llamada Mariela Guadalupe Montiel,
con la sencillez de su edad, entró a la fiesta esa noche acompañada de su madre
Aminta Prieto y su padrastro Héctor Paris. Tantas mujeres bellas, bien
arregladas, perfumadas, trajeadas a la moda asistieron esa noche a la
celebración, pero fue Mariela la que clavó el flechazo “mortal” directo al
corazón de aquel joven, exitoso artista, quien recién cumplía 22 años y
disfrutaba las mieles de la popularidad nacional e internacional.
Toda la noche hablaron, bailaron. El chico no perdió
tiempo, declaró su amor sincero a la inocente “cenicienta” que en la madrugada,
ya en su casa, no podía dormir de la emoción. Tres meses después, salieron
felices y casados de la Basílica San Pedro Apóstol de Los Chaguaramos. Pomposo
matrimonio que cubrió grandes espacios y generó críticas en los periódicos y
las revistas especializadas de la farándula.
Una luna de miel de tres meses por Nueva York, San Juan,
Santo Domingo, México y otras ciudades de Estados Unidos y el Caribe. De hotel
en hotel, lujo, fiestas, televisión, teatros, prensa, aplausos, ovaciones,
autógrafos y muchos regalos en las “mil y una noche” de aquella pareja que se
veía alegre.
En junio de 1966, cuando Lennys Beatriz, fruto de aquel
vertiginoso amor comenzaba a dar sus primeros pasos y Felipe anunciaba que se
residenciaría en Puerto Rico con su familia, estalló el escándalo. Su suegra,
secretaria de la comisión de Política Interior del Congreso de la República,
muy ligada al gobierno adeco, anunció el divorcio de la pareja a los
periodistas que ese día cubrían fuentes del Capitolio.
“Mi hija introdujo una demanda de divorcio (…) contra su
esposo Felipe Pirela (…) esgrime en el libelo de demanda como causales,
abandono de hogar sevicia e injuria grave (…) el dejó de cumplir con sus
deberes conyugales (...) ella está en mi casa por orden del juez de la causa
(…) Aquella noticia fue lanzada entre graves e injustos señalamientos contra el
bolerista.
Desmoralizado, decepcionado, calumniado por el amor de su
vida, Felipe siguió cantando. Algunos compositores se inspiraron en su
tragedia, él mismo escribió su dolor y la disquera rebuscó temas que marcaban
su historia triste. De esta manera, el cantante compartió con su público los
momentos más amargos de su corta vida. Sonaron discos como Tan sólo calumnias,
Dios Sabe lo que hace, Injusto despecho, Lo que es la vida, La mentira, entre
otros tantos.
El juicio por divorcio seguía andando, le dictaron una
orden de prohibición de salida del país por incumplimiento del pago de la
pensión alimentaria a su hija Lennys, dictada por un juzgado de menores. El
bolerista trató de llegar a un acuerdo, pero no hubo tregua, la orden de
aprehensión, en caso de fuga, lo esperaba en el terminal internacional de los
aeropuertos del país.
Salió de Venezuela por Maicao, visitó a unos amigos en
Colombia, llegó hasta Nueva York y luego a Santo Domingo. Su éxito continuaba,
pero la pena moral lo consumía. Se autoexilió en San Juan, Puerto Rico,
arruinado, donde encontró el apoyo y el amor de Paquita Berio, periodista
boricua que lo acompañó hasta la muerte, hasta verlo enterrar en el cementerio
Corazón de Jesús de Maracaibo.
Felipe había pedido al Gobierno, entonces Rafael Caldera
en la presidencia, un indulto para regresar tranquilo a su patria, pero nunca
en vida tuvo respuesta. Un avión de la línea Aeropostal, precisamente fletado
por el Gobierno, trajo su cadáver a Maracaibo la madrugada del 4 de julio de
1972. Una multitud lo recibió en el terminal aéreo de Caujarito, y en marcha
fúnebre trasladado a su humilde casa de la calle Delgado. Su sepelio, al otro
día, es recordado como uno de los más multitudinarios de Maracaibo. A hombros,
la urna, fue llevada al camposanto. Hoy, cuatro décadas de aquel inolvidable
momento, se espera el traslado de sus restos al Panteón Regional los primeros
días de septiembre de este año.
panorama.com
Excelente reseña que resume prácticamente la vida de Felipe Pirela
ResponderEliminaraunque fue escrito hace unos años atrás,nunca pierde vigencia para entender la vida del bolerista de América.