Incendio del costado occidental del Parque de Berrío el
29 de octubre de 1921. Se observan los daños ocasionados en el Edificio Ángel.
Autor: Benjamín de la Calle
© Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América
Latina.
1-1 Son grupos.
1-2 Muchacho.
1-3 Audacia.
1-4 Bandoneón.
1-5 De mi barrio.
1-6 Beba.
2-1 Pato.
2-2 Soñadora.
2-3 Es preciso que te vayas.
2-4 Acordate.
2-5 Maula.
2-6 Horas tristes.
DE MI BARRIO
ES PRECISO QUE TE VAYAS
MUCHACHO
Rosita
Quiroga, la Edith Piaf del arrabal
Por Manuel Adet
Al escritor Jorge Göttling se le atribuye haber
calificado a Rosita Quiroga como la “Edith Piaf del arrabal”. En la misma
línea, podríamos decir que si bien no fue el gorrión de París, sí pudo ser el
gorrión de la Boca, el barrio donde nació el 16 de enero de 1896 y en donde
aprendió a cantar y a tocar la guitarra al lado del maestro Juan de Dios Filiberto.
Se llamaba Rosa Rodríguez Quiroga. Sus padres fueron
trabajadores. Bordadora la madre y carrero el padre, carrero de la Boca,
asturiano de una sola pieza que hombreaba bolsas en los barcos del Riachuelo.
Fue a la escuela primaria del barrio hasta cuarto grado, pero su conocimiento
de la vida y del mundo superó por lejos al que intentó darle la escuela.
Conoció la pobreza, las necesidades y la libertad que da la calle. Es muy
probable que en ese ambiente haya aprendido la jerga del lunfardo, pero por
sobre todas las cosas, una manera particular de hablar, un estilo canyengue,
arrastrando las eses con gracia y desenfado.
El primer tango que cantó fue “La tipa” de Enrique Maciel
y Enrique Pedro Maroni, pero al primer disco lo grabó en 1923 y se tituló,
“Siempre criolla”. Se dice que quien la presentó en los estudios de la Víctor
fue el nieto de Roque Sáenz Peña. Verdad o no, lo cierto es que para ese sello
grabador trabajó hasta 1931 grabando, se calcula, más de cien temas.
Rosita fue la cantante preferida de la Víctor, su gran
estrella. Sus relaciones con los dueños de la empresa las aprovechó para darles
una oportunidad a cantantes que recién se estaban iniciando. Agustín Magaldi y
Mercedes Simone grabaron en la Víctor gracias a sus influencias. “No soy
Cristóbal Colón -dijo en una entrevista- pero a muchas y a muchos los descubrí
yo”.
El 1º de marzo de 1926 fue una fecha importante para el
tango, pero sobre todo para la divulgación del tango en discos de buena
calidad. Fue precisamente ése día el que Rosita Quiroga realizó la primera
grabación eléctrica. En realidad ese día se grabaron cuatro tangos, pero a ella
le tocó grabar el primero. Se trataba de “La musa mistonga”, musicalizado por
Antonio Polito y escrito por el gran Celedonio Flores.
Además de cantar, Rosita Quiroga componía y alguna vez se
animó a escribir algunos poemas. El tango “Oíme negro” por ejemplo, le
pertenece a ella. Sus mejores grabaciones son las que están acompañadas con
guitarra. Ella misma en más de una ocasión se acompañaba recordado las
lecciones que le diera Filiberto.
En 1931 se retiró de la Víctor y prácticamente se retiró
del mundo del espectáculo. A partir de esa fecha sólo en contadas ocasiones
grabará o se presentará en público. Sin embargo, en 1938 viajará a Japón transformándose
así en la primera embajadora del tango en ese país. El recuerdo que dejó debe
de haber sido trascendente porque para 1970 hay en Osaka una peña de tango que
lleva su nombre. Ese año, justamente, hará otra visita a Japón invitada por
Yoyi Kanematz, uno de sus devotos seguidores. Kanematz la recordaba con
particular afecto y la historia merece contarse. En una carta que le escribió a
Rosita, le decía que cuando Japón era bombardeado por los aviones
norteamericanos, él y su familia se escondían en los refugios antiaéreos y
mientras estallaban las bombas a su alrededor él disimulaba el miedo escuchando
los tangos de Quiroga gracias a los aportes de una vieja vitrola que llevaba
escondida y dos discos que había logrado salvar de la destrucción.
Durante largas
y angustiantes noches escuchó “Sentimiento malevo” y “Viejo coche”.
Kanematz viajó a la Argentina en 1975 cuando se
cumplieron cuarenta años de la muerte de Gardel para dejarle una flor en su
tumba. Y cuando Jorge Luis Borges visitó Japón, él fue su guía. Era un hombre
culto y devoto del tango que hablaba cinco o seis idiomas. Los destinatarios de
sus devociones tangueras fueron Carlos Gardel y Rosita Quiroga.
En 1952 grabó cuatro temas, pero su despedida fue el 14
de septiembre de 1984 cuando, un mes antes de su muerte, grabó a pedido del
poeta Luis Alposta un tema de su autoría: “Campaneando mi pasado”, ocasión en
la que fue acompañada por la guitarra de Aníbal Arias, aunque están quienes
aseguran que, antes de la grabación, a ese tango lo interpretó acompañado por
la guitarra de Roberto Grela, en un programa que Canal Once hizo en su
homenaje.
En los últimos años fue una distinguida visita en el
programa de Bergara Leumann: “La botica del ángel”. En 1976 participó en la
película “El canto cuenta su historia” dirigida por Fernando Ayala y Héctor
Olivera. Edmundo Rivero recuerda que Rosita nunca faltaba a sus cumpleaños y
que el mejor regalo que podía hacerle era cantarle un tango.
Rosita Quiroga tuvo muchos admiradores, pero tal vez los
más conocidos hayan sido Eva Perón con quien conversó más de una vez y Julio
Cortázar que la menciona en algunos de sus relatos. Curiosidades de la vida:
Evita y Cortázar no tenían nada en común, salvo la devoción por Rosita Quiroga.
Los críticos coinciden en señalar que Rosita no tenía una
gran voz, carecía del caudal vocal de Ada Falcón, las dotes escénicas de
Libertad Lamarque, el afinamiento perfecto de Mercedes Simone pero, como dijera
uno de sus amigos, su gran virtud era que “cantaba como hablaba”. Más que cantarlos,
a los tangos los decía y los decía con su tonada arrabalera, con esa manera tan
especial de arrastrar las palabras o darle una determinada intención. En el
manejo de esos recursos fue única. La mujer, el arquetipo de mujer, que Rosita
recrea a través de sus tangos es una mujer del pueblo, del barrio. Posee las
debilidades y las fortalezas de ellas, su sentimentalismo, su sensiblería, pero
también su sabiduría y su capacidad solidaria.
Uno de los primeros que descubrió el singular talento de
Rosita Quiroga fue Celedonio Flores con quien grabó veinticuatro poemas. Temas
tales como “La Beba”, “Muchacho”, “Audacia”, “Carta brava” o “La musa mistonga”
fueron clásicos de su repertorio. Escucharla en la actualidad significa
disfrutar de su voz, pero por sobre todas las cosas, significa apreciar cómo se
hablaba entonces, cómo se sugería, cómo se ironizaba o cómo se pronunciaban
determinadas palabras. Rosita Rodríguez Quiroga de Capiello murió en Buenos
Aires, en su casa de calle Callao, el 16 de octubre de 1984.
El litoral.com
Edición del sábado 16 de julio de 2011
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