domingo, 26 de abril de 2015

RODRIGO CORREA PALACIO -Vuelve Hermano Francisco

Procesión por la Calle Boyacá en el Parque de Berrío Década de1920.  Iglesia de La Veracruz, Edificio Olano y Edificio Hernández.

Autor: Luis E. Acosta S.

© Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina.


-VUELVE HERMANO FRANCISCO.




VUELVE HERMANO FRANCISCO


Allí en el límite mismo de la angustia del Hombre... De ése Hombre dibujado por Kipling con su carbón encendido en fe,,, Allí en donde está el margen aterido de un dolor que ya amenaza con cesar en su rebeldía.... Allí donde renuncian las pupilas del alma y la confianza hiere a su propio nervio.... Allí, -en fin-, donde todo lo involucrado se involucra una vez más… Y donde la luz no confía en su imprecisa pupila, ni el fuego en su espectro, ni la sangre en la exactitud de su cauce.... Allí donde lo desquiciado lo es dos veces, y donde el color solo tener una piel de ceniza para que ésta, - a su vez -, denuncie su destino de polvo.... Allí, a esa latitud de la desesperanza y a ese meridiano de la larga herida llega a residenciarse ahora esta voz tremenda de Jorge Robledo Ortiz.

Cada una de sus palabras es rotunda, acerada casi, y si hay dulzor debe indagarse sólo en la policromía de la metáfora. O buscarse quizá en lo íntimo del mismo y afiebrado crisol en el que estos vocablos han nacido para tocar puertas invisibles en oídos voluntariamente clausurados. En esta dura plegaria para el retorno del de Asís, (cuya magra figura de pergamino ascendido ata aquí con el cordón de su bienaventuranza cada exacta imprecación), son grises en su mayoría los elementos escogidos por el poeta: la castigada tierra, el ala congelada, el humo funeral, la iracunda mirada, el aceite incendiado y ese múltiple itinerario para una Apocalipsis que todos estamos hoy por hoy empeñados en prologar... y prolongar


Con un abierto y declarado odio al odio, Jorge Robledo Ortiz espera como pocos, - como un Antonio Llanos, un Rafael Lema Echeverri-, esa solución que se anunciará con el descendimiento sobre el paisaje perturbado, de las sandalias de ese cirio humano. De esa sosegada llama encendida en Umbría. Del ex-trovero gallardo. De aquel que renunció a decir… "Padre Bernardone”, para decir… “Padre Nuestro que estás en los Cielos.., y que en el Monte Albernía vio florecer las llagas del Uno y Unico en sus propias manos, en sus pies, en su diluido costado. De Francisco, Hermano simple del sol, lustral Hermano de los peces, alado Hermano de las aves, por siempre y para siempre     

Clamando con los factores mismos del dolor en toda su áspera y ululante geografía, este inmenso Jorge Robledo Ortiz, - que ha vuelto ecuménica su visión de una patria que limita ya por los cuatro puntos cardinales con su propio Gólgota-, ha querido que esta macerada constancia suya quede en este disco en la voz viril, y habitada por todos los acentos, de Rodrigo Correa Palacio, de cuya garganta hizo el poeta estandarte primigenio para dejar su inicial testamento de rebeldía con aquella proclama en paz y angustia de "Siquiera se Murieron los Abuelos . Y sustentando en un todo la línea ardida de los versos y la voz de Rodrigo Correa Palacio, el Maestro Jaime Llano González al órgano, el que ha traducido en dramáticos compases cada sílaba de Robledo Ortiz, el que sabe retener como ningún otro en Colombia los bordes espirituales de su pueblo, - es decir, de su patria en las yemas hiper-sensibles, en el espíritu nunca en calma…      
Nota: Gabriel Cuartas Franco





VUELVE HERMANO FRANCISCO
Poeta colombiano Jorge Robledo Ortiz

Buen hermano Francisco: recoge nuevamente tu cayado
Y tu sayal de trinos y la doble humildad de tus sandalias;
Deja tu claro sueño de luceros y de gajos de luz
Y de mansos crepúsculos disueltos en albercas de nácar;
Abandona tu gota de infinito, tu principio de Dios, tu epifanía
De silencios que suben al cordaje beatífico del Arpa;
Olvida que tus pies ya descansaron en el primer remanso de la aurora
Y que tu corazón se hundió en la Gloria desnudo como un ancla;
Renuncia a tus angélicas visiones, a tu coro triunfal sobre la muerte,
A tu aleluya de varón ungido, a tu laurel curvado sobre el alba,
Y regresa a la tierra que ya el odio nos ciega los caminos
Y la sórdida arcilla, triunfa sobre las timideces de la Gracia.

Desde que te marchaste de la sangre con tu pobreza al hombro
Como llevando hacia la altura la voz elemental de una campana,
Y tus brazos cayeron como briznas de lumbre en el torrente de los siglos
Y naufragó en tus ojos el aceite para encender el ruego de las lámparas,
La humanidad se fue volviendo pétrea y los gritos crecieron
Y el orgulloso barro de los hombres se rebeló contra su propia causa.
Tu Evangelio de Amor rodó en el polvo.
Y ya el lobo de Gubbio Destroza la canción entre sus fauces y la humana justicia entre sus garras.
Desde que te alejaste por un camino solitario de la Umbría
Que empezó en tu silencio y al besarte los pies se volvió escala,
El mundo enloquecido de soberbia, sin fe, sin dignidad, sin ideales, Asesinó su propio corazón.
Y ahora busca matar su última esperanza.

Con un rencor diabólico que estremece las sombras del averno,
El hombre cambió el brillo del espíritu por el mortal fulgor de las espadas.
Se premia la calumnia.
La virtud se escarnece.
Agoniza el Derecho.
Y la palabra convertida en tea incinera el Sermón de la Montaña.
Las naciones se odian y se acechan.
Los sabios aúllan como los chacales
Y el electrón se escapa de sus órbitas y la Energía es una flor de llamas.
Oriente y Occidente son ya dos alaridos de pólvora y de técnica
Que calculan la hora y el minuto de transformar la tierra en una lágrima.

El pálido sudario de la Estepa se regó por la piel de las ciudades
Y por los ojos de los niños húngaros barridos a la luz por la metralla.
El Viejo Continente se derrumba carcomido por el tedio.
Se agrietan sus castillos
Y callan los romances y los lieder y las nórdicas sagas.
Rocinante cabalga en Don Quijote.
No obedecen al viento las Molinos
Y del gentil y escuálido manchego sólo queda la punta de su lanza.

De dolor a dolor, de envidia a envidia, de egoísmo a egoísmo.
Sólo se escucha la canción del oro y la burda ambición de Sancho Panza.
El pincel y el escoplo claudicaron.
No hay altura en el verso Y una clave de sombras remachamos a la clave del sol del pentagrama.
Los barcos olvidaron su tesoro de sándalo y resinas y abalorios de Chipre
Y de redes tejidas en Bombay y de lunas con ron de Samarkanda.
En sus vientres de acero va comprimido el hongo apocalíptico
Y la muerte está lista a lucirlo en su trágica solapa.
Tu cielo de eremita, en el que viste madurar los trinos y disolverse el Ángelus
Y bañarse el humilde campanario que sostenía a Dios en su espadaña,
Ya se llenó de pájaros sin música, de lobos voladores que destrozan
La transparencia del azul y la huella que deja la plegaria.

Irresponsablemente, dinamitando nuestro pequeño grano de alegría,
Prostituimos la Belleza y cercamos de horrores el Reino de la Infancia.
Ya la inocencia está sin Pulgarcito, sin Blanca Nieves, sin la Cenicienta,
Sin la canción de cuna que se arrugó en los labios de una abuela lejana.
Do vivir entre el odio y ver tumbas abiertas al pie de los trigales,
Los niños han crecido con la sonrisa muerta y los juguetes rotos en el alma.
Ya Pinocho no salta ni brinca el Caballito de los Siete Colores.
Fusilamos las Hadas. Don Torcuato no rema y se apagó la voz de Scherezada.
¡Pobres niños ya viejos. Niños de muecas trágicas que bajo las banderas
Van llevando en silencio una inocencia triste que floreció con canas!
Hasta el trópico virgen, donde la luz es una fruta que ríe en la sandía
Y se vuelve rubor en los cafetos y algodones do miel en la guanábana,
Se ha convertido en suelo de tragedia, en epicentro de pavor, en torbellino
De siniestras pasiones que hacen sangrar la tierra americana.

Vuelve, hermano Francisco.
Dile a Dios que te preste nuevamente
Tu rústico cayado y el pergamino de tu piel y tu voz de fontana
Y los sarmientos secos de tus brazos y tu sayal que remendaba el cielo
Y el manso corazón que te latía, más que al fondo del pecho, en las sandalias,
Y regresa a Colombia que en la sangrienta rosa de sus vientos
El odio echa raíces como el yarumo anciano y está la Caridad crucificada
Cuando te despediste de la carne y el sueño te cubrió de golondrinas,

Colombia no existía.
Era un gajo de sol, una rueca de ríos, un puñado de savia.
Pero Tres Carabelas rompieron con sus quillas los diques del asombro
Y en un alumbramiento de olas y huracanes se levantó la Patria.
Y un pueblo campesino se inclinó sobre el surco y bendijo la siembra
Y hubo hermandad y fe y un tiple con canciones y un corazón de agua.
Y los ríos bajaron desde el monte con orquídeas y trinos y frescura de helecho
Y el saludo fue simple y tuvo el pan su buena levadura y su oración el alma.

Pero empezaron la pasión y el dolor a distanciar la sangre de la sangre
Y los ojos volviéronse relámpagos y calvarios humildes las palabras.
Y una tierra de paz que tuvo espigas y música y luceros para el rancho,
Se hundió en la noche como un lobo hambriento con la misericordia entre las garras.
Y ya el rancho maldice los palacios y en los palacios se desprecia al rancho.
La sangre del obrero es dinamita.
La del patrón soberbia congelada. Los hijos desconfían de sus padres.
La tarde del viajero. La espina de la rosa.
Y las madres se arrugan de dar a luz la noche en sus entrañas.
El pan de los labriegos tiene mis cicatrices que la corteza de los sietecueros.
Los tiples olvidaron sus bambucos. Sus metales de fiesta las campanas.
Los jueces prevarican. Se compran y se venden las conciencias.
Y en el pesebre de los niños pobres la Estrella de Belén está apagada.
Por ciudades y pueblos va de overol un río de protestas
Y estallan como bombas la humilde gota de sudor y la rubia burbuja de champaña.
El perdón ya no existe.
La Caridad se muere.
La oración se fatiga.
Y regamos de pólvora el camino que lleva hacia las Bienaventuranzas.

Vuelve, hermano Francisco.
Antioquia te lo pide con sus maizales de rodillas,
Con su arriador que es casi franciscano y con el corazón de sus montañas.
Y te lo pide el Cauca con sus piedras dormidas en la gloria
Como lebreles que custodian los rancios abolengos de su heráldica.
Y te lo pide el Valle con su caricia de palmeras y con su voz de azúcar
Y con su río de romance y con su brisa aprendiz de colegiala.
Te lo ruega el Tolima con su abanico de arrozales y su forma de tiple
Y su nevado atalayando "bundes" y sus caminos de herradura al pentagrama.
Te lo pide Nariño con tu cordón ceñido a su paciencia y mansedumbre
Y con sus Padrenuestros virreinales donde la voz de Dios anda descalza.
Te lo implora, el Atlántico desde su azul ventana de veleros.
Con su oración de arena y la estrella de mar en su esperanza.
Y Bolívar cuidando sus castillos y la muleta de Don Blas de Lezo
Y la insignificante clavellina que si creciera más fuera plegaria.
Te lo suplica el Huila con sus calles hundidas en la Historia
Y con los ojos que elevan sus mujeres para encenderle al firmamento lámparas.
Y te lo pide el Magdalena con la oración del Padre de la angustia
Y con su bahía donde hacen voto de pobreza los luceros y las algas.
Y los dos Santanderes que son dos charreteras en la guerrera de Colombia
Y cuyas voces tienen perfil de himno y relieve sonoro de medalla.
Te lo ruega el Chocó con el San Juan temblando entre sus redes
Y el platino rezando los contrastes de su piel con la piel de la nostalgia.
Y Boyacá la de las grandes soledades, la que tiene su sangre en romería,
La que escribió la Libertad a pulso en su humilde cartilla de esmeralda.
Te lo suplica la Guajira con su brazo agitando el pañuelo del Atlántico
Y con el norte de la angustia dormido como un lebrel en su garganta.
Y con su Salto despeinado sobre las barbas de Bochica y su Capitolio sin paz
Y su Monserrate custodiando el sueño de los mártires, te lo pide también Cundinamarca.
Y te lo pide Caldas con sus cafetos en flor y con sus "chapoleras"
Y con su corazón de cíclope que cambia por milagros la esperanza.
Te lo ruegan los Llanos con su leyenda de vorágines y de caminos sin regreso
Y de cielos sin término y de huracanes al galope sobre la piel de las potrancas.

Vuelve, hermano Francisco.
Vuelve a enseñarnos tu PLEGARIA SIMPLE.
Que el caramillo de tu voz se escuche nuevamente en la Patria.
Vuelve a hablarnos de paz y de perdón y de justicia y de alegría
Y de hermandad y comprensión y de luceros que ruegan como las hojas en el agua.
Dinos, como en la Umbría, que el hombre necesita amar al prójimo
Y sembrar sus silencios y sus voces como si fueran granos de mostaza.
Y si del otro lado de la carne ya no es posible tu regreso,

Deja caer sobre esta pobre tierra la doble caridad de tus sandalias.

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