Procesión por la Calle Boyacá en el Parque de Berrío
Década de1920. Iglesia de La Veracruz,
Edificio Olano y Edificio Hernández.
Autor: Luis E. Acosta S.
© Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América
Latina.
-VUELVE HERMANO FRANCISCO.
VUELVE HERMANO FRANCISCO
Allí en el límite mismo de la angustia del Hombre... De
ése Hombre dibujado por Kipling con su carbón encendido en fe,,, Allí en donde
está el margen aterido de un dolor que ya amenaza con cesar en su rebeldía....
Allí donde renuncian las pupilas del alma y la confianza hiere a su propio nervio....
Allí, -en fin-, donde todo lo involucrado se involucra una vez más… Y donde la
luz no confía en su imprecisa pupila, ni el fuego en su espectro, ni la sangre en
la exactitud de su cauce.... Allí donde lo desquiciado lo es dos veces, y donde
el color solo tener una piel de ceniza para que ésta, - a su vez -, denuncie su
destino de polvo.... Allí, a esa latitud de la desesperanza y a ese meridiano
de la larga herida llega a residenciarse ahora esta voz tremenda de Jorge
Robledo Ortiz.
Cada una de sus palabras es rotunda, acerada casi, y si
hay dulzor debe indagarse sólo en la policromía de la metáfora. O buscarse
quizá en lo íntimo del mismo y afiebrado crisol en el que estos vocablos han
nacido para tocar puertas invisibles en oídos voluntariamente clausurados. En
esta dura plegaria para el retorno del de Asís, (cuya magra figura de pergamino
ascendido ata aquí con el cordón de su bienaventuranza cada exacta
imprecación), son grises en su mayoría los elementos escogidos por el poeta: la
castigada tierra, el ala congelada, el humo funeral, la iracunda mirada, el
aceite incendiado y ese múltiple itinerario para una Apocalipsis que todos
estamos hoy por hoy empeñados en prologar... y prolongar
Con un abierto y declarado odio al odio, Jorge Robledo
Ortiz espera como pocos, - como un Antonio Llanos, un Rafael Lema Echeverri-,
esa solución que se anunciará con el descendimiento sobre el paisaje
perturbado, de las sandalias de ese cirio humano. De esa sosegada llama
encendida en Umbría. Del ex-trovero gallardo. De aquel que renunció a decir…
"Padre Bernardone”, para decir… “Padre Nuestro que estás en los Cielos..,
y que en el Monte Albernía vio florecer las llagas del Uno y Unico en sus
propias manos, en sus pies, en su diluido costado. De Francisco, Hermano simple
del sol, lustral Hermano de los peces, alado Hermano de las aves, por siempre y
para siempre
Clamando con los factores mismos del dolor en toda su
áspera y ululante geografía, este inmenso Jorge Robledo Ortiz, - que ha vuelto
ecuménica su visión de una patria que limita ya por los cuatro puntos
cardinales con su propio Gólgota-, ha querido que esta macerada constancia suya
quede en este disco en la voz viril, y habitada por todos los acentos, de
Rodrigo Correa Palacio, de cuya garganta hizo el poeta estandarte primigenio
para dejar su inicial testamento de rebeldía con aquella proclama en paz y
angustia de "Siquiera se Murieron los Abuelos . Y sustentando en un todo
la línea ardida de los versos y la voz de Rodrigo Correa Palacio, el Maestro
Jaime Llano González al órgano, el que ha traducido en dramáticos compases cada
sílaba de Robledo Ortiz, el que sabe retener como ningún otro en Colombia los
bordes espirituales de su pueblo, - es decir, de su patria en las yemas hiper-sensibles,
en el espíritu nunca en calma…
Nota: Gabriel Cuartas Franco
VUELVE
HERMANO FRANCISCO
Poeta
colombiano Jorge Robledo Ortiz
Buen hermano Francisco: recoge nuevamente tu cayado
Y tu sayal de trinos y la doble humildad de tus
sandalias;
Deja tu claro sueño de luceros y de gajos de luz
Y de mansos crepúsculos disueltos en albercas de nácar;
Abandona tu gota de infinito, tu principio de Dios, tu
epifanía
De silencios que suben al cordaje beatífico del Arpa;
Olvida que tus pies ya descansaron en el primer remanso
de la aurora
Y que tu corazón se hundió en la Gloria desnudo como un
ancla;
Renuncia a tus angélicas visiones, a tu coro triunfal
sobre la muerte,
A tu aleluya de varón ungido, a tu laurel curvado sobre
el alba,
Y regresa a la tierra que ya el odio nos ciega los
caminos
Y la sórdida arcilla, triunfa sobre las timideces de la
Gracia.
Desde que te marchaste de la sangre con tu pobreza al
hombro
Como llevando hacia la altura la voz elemental de una
campana,
Y tus brazos cayeron como briznas de lumbre en el
torrente de los siglos
Y naufragó en tus ojos el aceite para encender el ruego
de las lámparas,
La humanidad se fue volviendo pétrea y los gritos
crecieron
Y el orgulloso barro de los hombres se rebeló contra su
propia causa.
Tu Evangelio de Amor rodó en el polvo.
Y ya el lobo de Gubbio Destroza la canción entre sus
fauces y la humana justicia entre sus garras.
Desde que te alejaste por un camino solitario de la
Umbría
Que empezó en tu silencio y al besarte los pies se volvió
escala,
El mundo enloquecido de soberbia, sin fe, sin dignidad,
sin ideales, Asesinó su propio corazón.
Y ahora busca matar su última esperanza.
Con un rencor diabólico que estremece las sombras del
averno,
El hombre cambió el brillo del espíritu por el mortal
fulgor de las espadas.
Se premia la calumnia.
La virtud se escarnece.
Agoniza el Derecho.
Y la palabra convertida en tea incinera el Sermón de la
Montaña.
Las naciones se odian y se acechan.
Los sabios aúllan como los chacales
Y el electrón se escapa de sus órbitas y la Energía es
una flor de llamas.
Oriente y Occidente son ya dos alaridos de pólvora y de
técnica
Que calculan la hora y el minuto de transformar la tierra
en una lágrima.
El pálido sudario de la Estepa se regó por la piel de las
ciudades
Y por los ojos de los niños húngaros barridos a la luz
por la metralla.
El Viejo Continente se derrumba carcomido por el tedio.
Se agrietan sus castillos
Y callan los romances y los lieder y las nórdicas sagas.
Rocinante cabalga en Don Quijote.
No obedecen al viento las Molinos
Y del gentil y escuálido manchego sólo queda la punta de
su lanza.
De dolor a dolor, de envidia a envidia, de egoísmo a
egoísmo.
Sólo se escucha la canción del oro y la burda ambición de
Sancho Panza.
El pincel y el escoplo claudicaron.
No hay altura en el verso Y una clave de sombras
remachamos a la clave del sol del pentagrama.
Los barcos olvidaron su tesoro de sándalo y resinas y
abalorios de Chipre
Y de redes tejidas en Bombay y de lunas con ron de
Samarkanda.
En sus vientres de acero va comprimido el hongo
apocalíptico
Y la muerte está lista a lucirlo en su trágica solapa.
Tu cielo de eremita, en el que viste madurar los trinos y
disolverse el Ángelus
Y bañarse el humilde campanario que sostenía a Dios en su
espadaña,
Ya se llenó de pájaros sin música, de lobos voladores que
destrozan
La transparencia del azul y la huella que deja la
plegaria.
Irresponsablemente, dinamitando nuestro pequeño grano de
alegría,
Prostituimos la Belleza y cercamos de horrores el Reino
de la Infancia.
Ya la inocencia está sin Pulgarcito, sin Blanca Nieves,
sin la Cenicienta,
Sin la canción de cuna que se arrugó en los labios de una
abuela lejana.
Do vivir entre el odio y ver tumbas abiertas al pie de
los trigales,
Los niños han crecido con la sonrisa muerta y los
juguetes rotos en el alma.
Ya Pinocho no salta ni brinca el Caballito de los Siete
Colores.
Fusilamos las Hadas. Don Torcuato no rema y se apagó la
voz de Scherezada.
¡Pobres niños ya viejos. Niños de muecas trágicas que
bajo las banderas
Van llevando en silencio una inocencia triste que
floreció con canas!
Hasta el trópico virgen, donde la luz es una fruta que
ríe en la sandía
Y se vuelve rubor en los cafetos y algodones do miel en
la guanábana,
Se ha convertido en suelo de tragedia, en epicentro de
pavor, en torbellino
De siniestras pasiones que hacen sangrar la tierra
americana.
Vuelve, hermano Francisco.
Dile a Dios que te preste nuevamente
Tu rústico cayado y el pergamino de tu piel y tu voz de
fontana
Y los sarmientos secos de tus brazos y tu sayal que
remendaba el cielo
Y el manso corazón que te latía, más que al fondo del
pecho, en las sandalias,
Y regresa a Colombia que en la sangrienta rosa de sus vientos
El odio echa raíces como el yarumo anciano y está la
Caridad crucificada
Cuando te despediste de la carne y el sueño te cubrió de
golondrinas,
Colombia no existía.
Era un gajo de sol, una rueca de ríos, un puñado de
savia.
Pero Tres Carabelas rompieron con sus quillas los diques
del asombro
Y en un alumbramiento de olas y huracanes se levantó la
Patria.
Y un pueblo campesino se inclinó sobre el surco y bendijo
la siembra
Y hubo hermandad y fe y un tiple con canciones y un
corazón de agua.
Y los ríos bajaron desde el monte con orquídeas y trinos
y frescura de helecho
Y el saludo fue simple y tuvo el pan su buena levadura y
su oración el alma.
Pero empezaron la pasión y el dolor a distanciar la
sangre de la sangre
Y los ojos volviéronse relámpagos y calvarios humildes
las palabras.
Y una tierra de paz que tuvo espigas y música y luceros
para el rancho,
Se hundió en la noche como un lobo hambriento con la
misericordia entre las garras.
Y ya el rancho maldice los palacios y en los palacios se
desprecia al rancho.
La sangre del obrero es dinamita.
La del patrón soberbia congelada. Los hijos desconfían de
sus padres.
La tarde del viajero. La espina de la rosa.
Y las madres se arrugan de dar a luz la noche en sus
entrañas.
El pan de los labriegos tiene mis cicatrices que la
corteza de los sietecueros.
Los tiples olvidaron sus bambucos. Sus metales de fiesta
las campanas.
Los jueces prevarican. Se compran y se venden las
conciencias.
Y en el pesebre de los niños pobres la Estrella de Belén
está apagada.
Por ciudades y pueblos va de overol un río de protestas
Y estallan como bombas la humilde gota de sudor y la
rubia burbuja de champaña.
El perdón ya no existe.
La Caridad se muere.
La oración se fatiga.
Y regamos de pólvora el camino que lleva hacia las
Bienaventuranzas.
Vuelve, hermano Francisco.
Antioquia te lo pide con sus maizales de rodillas,
Con su arriador que es casi franciscano y con el corazón
de sus montañas.
Y te lo pide el Cauca con sus piedras dormidas en la
gloria
Como lebreles que custodian los rancios abolengos de su
heráldica.
Y te lo pide el Valle con su caricia de palmeras y con su
voz de azúcar
Y con su río de romance y con su brisa aprendiz de
colegiala.
Te lo ruega el Tolima con su abanico de arrozales y su
forma de tiple
Y su nevado atalayando "bundes" y sus caminos
de herradura al pentagrama.
Te lo pide Nariño con tu cordón ceñido a su paciencia y
mansedumbre
Y con sus Padrenuestros virreinales donde la voz de Dios
anda descalza.
Te lo implora, el Atlántico desde su azul ventana de
veleros.
Con su oración de arena y la estrella de mar en su
esperanza.
Y Bolívar cuidando sus castillos y la muleta de Don Blas
de Lezo
Y la insignificante clavellina que si creciera más fuera
plegaria.
Te lo suplica el Huila con sus calles hundidas en la
Historia
Y con los ojos que elevan sus mujeres para encenderle al
firmamento lámparas.
Y te lo pide el Magdalena con la oración del Padre de la
angustia
Y con su bahía donde hacen voto de pobreza los luceros y
las algas.
Y los dos Santanderes que son dos charreteras en la
guerrera de Colombia
Y cuyas voces tienen perfil de himno y relieve sonoro de
medalla.
Te lo ruega el Chocó con el San Juan temblando entre sus
redes
Y el platino rezando los contrastes de su piel con la
piel de la nostalgia.
Y Boyacá la de las grandes soledades, la que tiene su
sangre en romería,
La que escribió la Libertad a pulso en su humilde
cartilla de esmeralda.
Te lo suplica la Guajira con su brazo agitando el pañuelo
del Atlántico
Y con el norte de la angustia dormido como un lebrel en
su garganta.
Y con su Salto despeinado sobre las barbas de Bochica y
su Capitolio sin paz
Y su Monserrate custodiando el sueño de los mártires, te
lo pide también Cundinamarca.
Y te lo pide Caldas con sus cafetos en flor y con sus
"chapoleras"
Y con su corazón de cíclope que cambia por milagros la
esperanza.
Te lo ruegan los Llanos con su leyenda de vorágines y de
caminos sin regreso
Y de cielos sin término y de huracanes al galope sobre la
piel de las potrancas.
Vuelve, hermano Francisco.
Vuelve a enseñarnos tu PLEGARIA SIMPLE.
Que el caramillo de tu voz se escuche nuevamente en la
Patria.
Vuelve a hablarnos de paz y de perdón y de justicia y de
alegría
Y de hermandad y comprensión y de luceros que ruegan como
las hojas en el agua.
Dinos, como en la Umbría, que el hombre necesita amar al
prójimo
Y sembrar sus silencios y sus voces como si fueran granos
de mostaza.
Y si del otro lado de la carne ya no es posible tu
regreso,
Deja caer sobre esta pobre tierra la doble caridad de tus
sandalias.
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