Edificio Coltabaco en construcción, Parque de Berrío, 30
de julio de 1966
Autor: Gabriel Carvajal Pérez.
© Biblioteca Pública Piloto de Medellín Para América
Latina.
A la orilla del mar. ( 2:42)
Angustia (02:53)
Celos que matan. ( 3: 5)
Corazón sin Fe (02:42)
Encontré Mi Amor (03:08)
Espérame un Rato M·S (03:11)
Florecilla de amor. ( 2:24)
Nostalgia. ( 2:54)
Nuestra realidad. ( 3: 9)
Ojos malos. ( 2:35)
Otra Copa (02:57)
Por Dos Caminos (03:05)
POR DOS CAMINOS
OTRA COPA
NOSTALGIA
CULTURA | 1983/08/15 00:00
LA
MUERTE DE UN RUMBERO
Desaparecido
Bienvenido Granda, la música antillana ha quedado huérfana de uno de sus más
famosos promotores
Se llamaba Bienvenido Rosendo Granda Aguilera. Era
cubano, habanero puro y había nacido el 30 de agosto de 1916 de una humilde
familia que tenía el son y la rumba en sus venas. Desde pequeño ese deseo de
hacer música, de cantarla, de decirle al mundo lo que era Cuba, apareció como
destinándolo a ser uno de los mejores cantantes que ha tenido la música
antillana de todos los tiempos. Y fue así, según lo reconocen los expertos y
los inexpertos.
De los 62 cantantes que han pasada por el tinglado de la
Sonora Matancera esa agrupación de bongos, trompetas, negros y blancos que bien
podría compararse con las de Benny Goodman y Artie Shaw en el jazz, Bienvenido
Granda era uno de los más afamados por su inconfundible voz. Por eso Granda
significaba todo para los cubanos. En compañía de Benny Moré, los dos eran los
cubanos que habían hecho de la Sonora Matancera un espectáculo de originalidad
contundente. Más tarde Daniel Santos y Celia Cruz engrosarían ésa parranda de
rumberos que hicieron que la música antillana, abandonada entonces a los
rituales de los negros, fuera conocida más allá de las fronteras del Caribe.
Bienvenido Granda trabajó durante 17 años con la Sonora.
Su voz retumbó en la década de los treinta y los cuarenta. De ellos todavía
queda Carlos "Caito" Díaz, un maraquero sensacional que hoy, a los 88
años, todavía mueve las manos para hacer bailar y cantar al que se le presente.
Granda cantaba el típico ritmo antillano: el son montuno, el bolero beduine, el
cha-cha-cha y el danzón, como también la charanga. Todos estos ritmos son los
que se conocen actualmente con el nombre de "salsa" y que los
puristas y los que saben no han querido incorporar a su lenguaje antillano.
Hacia 1951 Bienvenido Granda peleó con Rogelio Martínez,
el administrador de la Sonora, por mala repartición de las utilidades. Granda
decía que Martínez representaba todo lo dicho en esa famosa canción suya
intitulada "Desengaño". Fue triste para Granda desprenderse del
inagotable sabor de la Sonora Matancera. Había pasado allí su juventud. Cantaba
horas y horas, gastándose entre la noche y la parranda, por sólo 50 centavos
que eran una miseria. Maduro ya quiso estabilizarse, pero Martínez no lo aceptó
y Granda partió hacia las costas colombianas. Fue una partida al estilo de las
rancheras. Los que se quedaban mostraban caras melancólicas y abandonadas y el
que se iba no podía ocultar su profunda melancolía.
Granda, pues, llegó a Barranquilla. El año 1924, en el
cual había nacido la Sonora en la población de Matanza, estaba lejos. Y ahora
Bienvenido Granda, que había llevado a la agrupación a la fama, no estaba allí.
Pero estaba en Barranquilla, en una zona antillana, lugar por donde, en
compañía de Buenaventura, entró el son cubano al país. Así, Granda no estaba
lejos de la esencia de su música. Había gente que la entendía y, por lo tanto,
había que continuar esparciéndola por estos mares.
En Barranquilla grabó un L.P. o disco de larga duración
con la orquesta de Juancho Esquivel, del cual no se guarda copia. Sin embargo
"Óyeme Mamá", la canción que lo identificó como uno de los mejores
cantantes cubanos, se siguió escuchando y aún se oye en los rincones de la
salsa colombiana. Tanto en el "Abuelo Pachanguero" de Cali como en el
"Quiebracanto" de Bogotá.
A pesar de todo este ambiente rumbero, un tanto bohemio y
descomplicado, de tragos y cigarrillo, Bienvenido Granda sólo se casó una vez.
Su esposa, ahora viuda, se llama Cruz María Acosta, con la cual tuvo un hijo,
que vive en Cuba, en La Habana.
Después de su estancia en Barranquilla, Granda se dirigió
a México, en donde se estableció. Hacia 1960 regresó a Cuba para visitar a su
hijo. Acababa de sucederse la revolución que había tumbado a Batista. Castro
estaba en el poder y en Cuba no quedaba un sólo anticastrista. Sin embargo a
Granda no le importaba toda esa avalancha política. Siempre permaneció al
margen de ella. Nunca compuso o cantó canciones de tipo político. Decía que con
revolución o sin ella, la música era música y nada tenía que ver con las
cuestiones de Estado. Unirla a estos conflictos era, para Granda, una cuestión de
corrupción. El prefería escribir y cantar cuestiones de su pueblo, su familia,
investigar al hombre mismo, tanto en su parte superficial como trascendental.
Granda murió la semana pasada sin agachar sus bigotes
mexicanos, pero triste porque no pudo morir cantando. Era, en el fondo, como
Juan Belmonte que, ya viejo, caminaba alrededor de la Plaza de Toros de las
Ventas sin conformarse por no haber muerto como su eterno rival, Joselito,
desangrado por los cuernos de un toro. Su toro que era su público y su imperecedera
afición. Granda fue, pues, un introvertido cantante, cuya única aspiración fue
cantar, que quiso a Colombia y pretendió morir como cualquier buen soldado: en
la batalla.
Fuente: Semana,com
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