Páginas

miércoles, 24 de noviembre de 2010

ESPINOSA Y BEDOYA - Trocha de lagrimas

Puente pescadero viejo. Municipio de Ituango al norte de Medellin. Construido por el ingeniero de Sopetrán José María Villa, el mismo que construyo el “Puente de Occidente” en Santa Fe de Antioquia. Construido todo en madera y sostenido por cables en 1886.


LADO 1
TROCHA DE LÁGRIMAS - Bambuco (Luis González - Francisco Bedoya)
CUANDO TE VAYAS - Pasillo (Chava Rubio - Eladio Espinosa)
CHATICA LINDA - Bambuco (Jorge Camargo)  Y Orquesta de Jorge Camargo
TÚ Y YO - Bolero (Rafael Hernández)
ANTIOQUEÑITA – Bambuco  (Pelón Santamarta - Miguel Agudelo)

LADO 2
RECUERDO DE AMOR - Pasillo (Federico Buitrago)
CHINITA QUERIA - Bambuco (Arturo Suárez - Alejandro Wills)
CUANDO VUELVAS - Bolero (Rafael Hernández)
MORENA - Bambuco (Eladio Espinosa)
ALTIVA SAMARITANA - Bambuco (Manuel Ruíz -Blumen-)


ESPINOSA Y BEDOYA Trocha de lagrimas



RECUERDO DE AMOR


CUANDO VUELVAS


CUANDO TE VAYAS





Esta entrada la dedicamos a la Arrieria "Paisa".

Agradecimiento al Sr Alcalde del municipio de Ituango que nos facilitó el siguiente relato sobre la arrieria en su municipio, el cual es aplicable a cualquier region antioqueña.

LA ARRIERIA EN ITUANGO
La región de Ituango (Santa Rita, El Aro, Pascuita, La Granja, Santa Ana, Santa Lucia, Quebrada del Medio..........) debe su progreso al trabajo tesonero de los arrieros, hombres que desafiaron estas escarpadas montañas, llevando los productos que aquí se producían (café, frisol, panela, maíz) y trayendo de la ciudad (Medellín, Yarumal, Santa Rosa de O),aquellos productos indispensables para el sostenimiento de sus gentes (telas, sardina, aguardiente en toneles y hasta costosos muebles importados) sin contar la carga pesada como ruedas pelton, despulpadoras, plantas eléctricas ,trilladoras, etc, maquinaria toda indispensable para el progreso de la región, había cargas prohibidas como el tabaco, qué los arrieros a veces se arriesgaban por que el flete era costoso, pero con el problema de que muchas veces la carga emborrachaba la mula y otras se mareaban y se echaban y las que no se dejaban marear por el olor del tabaco, empezaban a hacer bulla con el hocico y se convertían en lo que llamaban una mula tabaquera. Además lo que en ese tiempo llamaban contrabando de tabaco era peligroso y daba cárcel. Ituango en los años de 1920 a 1960 fue gran productor de tabaco, inclusive el señor Ramón Palacio tuvo una fábrica de tabaco.

La mulada se componía por lo general de una 20 mulas, habían ido a El Valle de Toledo a llevar un café de exportación de don Martín Tabón y allí recogieron carga para surtir las tiendas del pueblo y otra carga que iba hacia Santa Rita para el almacén de doña Sara Montoya y que había que descargar en la bodega de los galgos donde la recogerían arrieros de Santa Rita como Cucho Estrada o Solano Mendoza.

En el Valle de Toledo había varias bodegas donde llegaban los arrieros, las más apetecidas eran la de Ricardito Palacio y la de Pacho Abel Roldan.

El sangrero se despertó a las tres de la mañana, gracias a Dios no había llovido, pues no era lo mismo arriar en invierno que en verano.

El sangrero se vistió: camisa, pantalón y unas abarcas, al menos para empezar el camino; después, con el pantano era mejor descalzo. Preparo la comida para las mulas, desde la víspera había dejado la panela machacada en agua para hacer una especie de agua de panela, que después arreglaba con salvado. Pasto, caña, melaza eran los alimentos preferidos de las mulas, había que cuidarlas muy bien, pues de ellas dependía en gran parte el éxito de la jornada, qué ese día los llevaría a Patio Bonito a la posada del Zarco Usuga.


Empezaba a clarear ya en la cocina se escuchaba el sonido de las ollas, las mujeres preparaban el desayuno y algunos alimentos que llevarían los arrieros para el camino.
Dentro de los alimentos estaba las “estacas”, estas se hacían cocinando maíz pelado en lejía, después se muelen, sé revuelven con chicharrón de empella y forman la estaquitas, sé envuelven en hojas de plátano y las ponen a cocinar en agua hervida, sé le hacía también una cosa llamada “biscocho de arriero” a base de maíz, éste bizcocho podía durar hasta un mes sin dañarse. Además de estos alimentos preparados, los arrieros llevaban, carne de tocino, frisoles, panela, chocolate, arepas y café para preparar en el camino.
Mientras el sangrero organizaba el caballo donde iría la comida, los arrieros armaban el “catre”, o sea el fiambre, una cobija y una muda de ropa, todo bien envuelto y amarrado con un rejo sobre el caballo.

¡Ahora a cargar las mulas!, el sangrero ayuda a un arriero veterano:

“Se venda el animal con la mulera, se carga por el lado derecho, sé le coloca la enjalma asegurada por la retranca para que no se corra para adelante, y asegurada por delante por el pretal para que no se corra para atrás. Luego se le coloca la lía al primer bulto, qué es una soga de cuero bien fina, se le abre un bozal; sé le alza el primer bulto con la lía, después el otro sostenido por el sangrero y se amarran juntos; luego se amarran los dos bultos con la sobrecarga, qué es una soga más larga, la cual tiene un cinchón de cabuya que se le pasa al animal por debajo del vientre; al final del cinchón esta el garabato, qué es un gancho de madera fina, generalmente de guayabo o de arrayan. Por medio del garabato se asegura la sobrecarga y se aprieta bien fuerte con un nudo corredizo llamado nudo de encomienda”.

El Caporal paso lista y reviso las cargas: cinco arrieros, veinte mulas diez con telas, 5 con toneles de aguardiente y ron y las otras cinco con la carga que va para Santa Rita, irían por la banca siguiendo la orilla del Cauca y si todo sale bien pasaran la noche en Patio Bonito en la posada del Zarco Usuga.

El caporal era como el jefe: pagaba a los arrieros, hacia la lista de las mercancías, señalaba rutas, sitios de hospedaje y duración de la jornada. Era también el responsable de la entrega de la carga, con sus recibos y remisiones.

Todos llevaban su carriel, llevaban la aguja de arría para remendar algún aparejo que se rompiera, o su ropa, pues nadie estaba libre de accidentes, también llevaban un rollito de cabuya, clavos de herrar, martillo y tenazas y hasta una botella de aguardiente de anís, la verdad que uno que otro traguito les caía bien sobre todo en los calores del Cauca por pescadero y de ahí hacia arriba.

Eran las seis de la mañana y el inicio de un viaje que terminaría al día siguiente cuando esperaban llegar a la plaza de Ituango a eso de las dos de la tarde.

“En el camino se encontraban con arrieros que iban hacia San Andrés y otros subirían la loma de Ochali para llegar al otro día a Yarumal. Cuando el muchacho que iba en el caballo y veía a lo lejos que venía una recua de mulas, tocaba la corneta...TA...TA...TA...avisándoles a los que venían y a los que iban, para que los arrieros se dieran cuenta y se alistaran por el asunto de que esos caminos eran muy estrechos y si una mula con otra se encontraban cerquita, un bulto le daba a otro bulto y había la posibilidad de que se echaran a pelotear y hasta peleas se podían presentar en los caminos.

El trabajo del arriero en el camino era bastante, siempre pendientes de que las mulas no se fueran a resbalar o a caer por un abismo, requintando la carga, ajustándola cada vez que se aflojaba, cuidando celosamente de que la carga no se fuera a perder o a dañar, pues de la calidad de su trabajo dependía que hubiera más. El arriero empezaba trabajando en muladas grandes, pero su anhelo era trabajar duro y con el tiempo hacer algún dinero y comprar sus propias mulas y hacerse independiente. De sangrero se pasaba a arriero y de este a caporal.

Continua el viaje ya han pasado el viejo puente de madera en el sitio Pescadero y empieza el camino a empinarse, la idea es llegar antes de las cuatro de la tarde a la posada, en una curva del camino esperan para dar paso a Israel Higuita y sus mulas que van camino hacia Medellín con sus muladas cargadas de café. El sol empieza a bajar las mulas y los arrieros necesitan descansar. Desde la posada se sabe que llegan, por la bulla y el griterío. El zarco Usuga ya los conoce, se sonríe al oír a lo lejos las palabrotas, ya se acostumbro al vocabulario de los arrieros, todos son unos mal hablados y es que según un viejo arriero “si no es mentándoles la madre, las mulas no andan”.

El caporal al escoger la posada donde descansarían tenían en cuenta la buena comida que allí se preparaba, que hubiera buenos potreros para que las mulas comieran hasta que se jartaran, claro que no siempre alcanzaban a llegar a la posada, muchas veces los cogía la noche a mitad del camino. Entonces buscaban potreros y armaban una tolda “Ponían el lienzo en una manga a la orilla del camino, hacían un dormitorio, preparaban comida y a dormir a la luz de la luna”.

Una vez en la posada, descargaban las mulas, las llevaban a pastar y ellos a comer y a tomarse unos tragos bien conversados, cuándo no faltaba algún arriero que sacaba la guitarra y hay si se prendía la fiesta.

Es la posada el sitio donde se encuentran los arrieros, el espacio nocturno de la tertulia, la charla, la anécdota. La tradición oral de los caminos se recrea en estas noches de reposo y esparcimiento, allí en amena charla y a la luz de una lámpara de petróleo, conversan animadamente: Manuel Morales, Isidoro Roldan y Rómulo Sierra que van hacia Ituango, Roberto Zea y Bertulfo Granda arrieros que vienen de Santa Rita y van hacia San Andrés de Cuerquia, Nepomuceno Echeverri y Luis Mazo Usuga, arrieros que van hacia la Granja con una carga de don “Millo” Jaramillo, y el Mono Roldan y Jaime Rodríguez arrieros de Pascuita que van con sus mulas cargadas de frisol propiedad de don Pepe Campusano, hacia Yarumal, todos ellos muy buenos amigos, cuántas veces se habían encontrado en la posada ,en los caminos, en fin había mucho que conversar y uno que otro trago de aguardiente anisado que bajaba como gato en reversa por el gañote.

Ya era tarde había que dormir, todos se acomodan en el espacioso corredor de la casa, no había necesidad de cobija pues hacia una noche fresca, todos se organizaban de manera ordenada: usted aquí con su tolda, sus diez o veinte cargas de aquí para allá y yo de aquí para allá y así se iban todos repartiendo los espacios, todo en el más completo respeto.

El sangrero se siente cansado, no resiste los pies, sacó la vela que traía en el carriel, la calentó y se la unto, luego les restregó un limón !qué alivio! había aprendido que era la mejor forma de cuidarse los pies para que no se le pelaran sobre todo en invierno.
Con el primer canto del gallo todos se levantan, organizan las mulas, cargan y a continuar el camino.

El aprendizaje del arriero nunca acababa: los bultos debían pesar unos 75 kilos y cubiertos por un encerado que los protegía de la lluvia, dé acuerdo con la mercancía la carga podía ser redonda, cuadrada, angarillada, de rastra y tureguiada. Esta última consistía en varias mulas en fila india, de dos en adelante, llevando la carga como en forma de camilla, provistas de unas varas de guadua muy largas. Esta se usaban para cargas excesivamente grandes y pesadas.


Ejemplo de estas cargas fue la llevada de la planta de la luz de Santa Rita entrada por Puerto Valdivia y en Ituango la imagen de la virgen de las Misericordias que está en el parque de la plazuela fue traída desde San Andrés de Cuerquia en turega.

La mulada a paso firme llega a los galgos, los que van Santa Rita y Pascuita giran a la derecha los arrieros de Pascuita llegaran allí a las cuatro de la tarde y los de Santa Rita descansarán en la Esperanza donde los Correa y mañana después de las dos de la tarde estarán llegando a tierra Santa Riteña, los que van a la Granja y a Ituango continúan su camino unos saben que pronto llegaran y los de la Granja bajaran por Pío Décimo (Fundungo), al río Ituango y subirán a Cenizas buscando la posada del Zainal donde dormirán antes de llegar al otro día a la Granja.

Pasan por la Eme posada de don Gabriel Muñoz, Chagualonal, Victorianito y por fin al frente se divisa Ituango, son las dos de la tarde, (filo de la Aurora),la selva, Chapineros, Peñitas y con sus gritos los arrieros llegan a la plaza de Ituango, unos descargan en la tienda de Alfonso Bedoya y Genaro Montoya, otros en el chispero donde Martín Tabón y en la botica de los Acevedo.

Ya casi noche los arrieros han terminado su labor, el sangrero busca un potrero donde dar descanso a las mulas, el arriero sudoroso antes de llegar a casa se queda un rato en el kiosco de Lorenzo Restrepo, se toma unas casquimonas y ya en la noche llega a casa donde lo espera su mujer y sus hijos, hay que descansar tal vez en dos o tres días emprenderá de nuevo un viaje esta vez a Medellín, el cual durara unos treinta días.

Fue nuestro homenaje a aquellos hombres machos, y a sus muladas, qué trasegaron los caminos de esta región llevando y trayendo el progreso de estas alejadas tierras, a ellos nuestra gratitud:



Publicado por Carlos Mario gallo machado en lunes, octubre 13, 2008






No hay comentarios:

Publicar un comentario